Skip to main content

El cuerpo no olvida


Por Esther Ramírez Matos, psicóloga perinatal y terapeuta familiar
Mi cuerpo una vez más me habló, anoche leyendo plácidamente una novela sobre maternidad en la que se relataba un parto traumático con separación posterior de la madre y de su bebé, me enturbió la lectura un dolor intenso que provenía de mi suelo pélvico, hacía tiempo que no me sentía tan molesta y quise ignorarlo, pero no, la cicatriz me gritó más fuerte para que no pudiera mirar para otro lado. Al comienzo no entendía a santo de qué en ese momento me estaba molestando, seguí leyendo y entonces me di cuenta cuán parecido era lo que me contaba la autora del libro a lo que yo misma había sufrido hace casi 10 años. La episiotomía me saludaba casi como si me la acabaran de hacer y sentí además un vacío dolorosísimo que creía haber sanado ya tantas veces… Me levanté como un resorte, necesitaba ver a mi hijo, él dormía plácidamente en su cama y me tumbé a su lado, le acaricié y le besé, no me retiró de su lado, sentí que no le molestaba, me quedé. No sé muy bien que pasó, me puse a llorar y le abracé volviendo a decirle lo que aquella mañana en la que le recuperé después de toda la noche separados, “no nos volverán a separar, te lo juro”. Mi cuerpo me dolía mucho, no creo que tanto como aquel día, pero la sensación era tan parecida que me quedé asombrada.
Las madres nos dolemos, nos dolemos después de años, décadas y generaciones. Algunas abuelas se duelen en lo que les sucede a sus hijas en el nacimiento de sus nietos. Yo me duelo, tu te dueles, nos dolemos, y lo hacemos cuando leemos que otras se duelen también. Intuyo que así además nos sanamos. Llorando junto a otras lo que nuestro cuerpo expresa, lo que nuestra alma guardó para no dolerse más.
Hace ya tiempo que se conoce el fenómeno de la transparencia psíquica en el que tenemos la sensibilidad de poder sentir lo que hace tiempo quedó congelado para poder sobrevivir a ello. Este es un mecanismo que el psiquismo humano conoce bien, la represión. Guardamos y dejamos en un espacio arrinconado de nosotras mismas el hecho traumático para seguir con nuestras vidas estando de pié, maltrechas pero de pié. Gracias a esa ventana oportunista que nos muestra lo que no quisimos o no pudimos ver, la transparencia psíquica, tenemos la opción de sanar una vez más. A veces tenemos la tentación o prepotencia de creer que ya está solucionado porque un día lo lloré, porque lo hablé e incluso escribí sobre ello. Sin embargo, vuelve, una y otra vez para ir soltando un poco más de dolor, casi como si en el fondo fuera una manera de protección el hacerlo poco a poco, a dosis.  Y así, a dosis, soltamos las madres el sufrimiento de lo que nos dijeron, de lo que nos minimizaron, de lo que nos robaron y de lo que nos hicieron en nuestros cuerpos poderosos que pasaron tras el maltrato a parecer trapos cosidos en manos de los que no sabían o no querían saber. Con cada relato que leemos, con los partos que envidiamos, con los siguientes hijos que nacieron, con las lágrimas de emoción por el parto de nuestras hermanas, soltamos, y al soltar sanamos.
Qué gran oportunidad la de poder ir convirtiendo el dolor en poder, qué agradecimiento infinito al cuerpo que nos habla y nos cuenta si le escuchamos lo que necesita para estar mejor, pero qué enfado se siente a veces porque en verdad no debimos tener ese daño, porque la realidad es que hace ya tiempo que se conoce que hay cosas que nos torturan a nosotras y a nuestros bebés  y se siguen haciendo, porque nos robaron el momento que ya no nunca volverá y quizá cambiaron quienes somos hoy. Difícil salir indemnes de esas ganas de gritar, pegar o patalear, dejar de ser niñas obedientes para convertirnos en mamíferas poderosas que ahora ya no callarán.
Busco mi cicatriz, la toco, la acaricio, si pudiera la besaría, yo misma, no quiero que lo haga otro, yo me amaría allí abajo donde tanto me cortaron para curar a besos la piel rota, para intentar con ese amor curar también el alma fracturada que me quedó al separarme a mi pequeño. Ahora entiendo, esta necesidad hoy de reconectar, de escuchar mi cuerpo doliente, porque al fin y al cabo, hoy es hace casi 10 años de todo, hoy es casi nuestro aniversario, donde tu naciste y yo me convertí en tu madre.

Esther Ramírez Matos es psicóloga perinatal, terapeuta familiar y docente del Instituto Europeo de Salud Mental Perinatal
 
Photo by 🇸🇮 Janko Ferlič – @specialdaddy on Unsplash